Primero manifestar mi admiración, respeto a Abel Noboa y a NoGracias por su excelente trabajo, nunca os lo agradeceré suficientemente. Ánimo que, como dice el refrán, “el que resiste, gana”.
En el artículo aparecen revueltas dos cuestiones que deberían quedar bien diferenciadas. De una parte la cientificidad de la homeopatía y de otra el proceso que, según Luis Carlos Silva, ha motivado la deriva hacia las llamadas “medicinas alternativas”.
Me centro en la primera –motivo del titular– que, a mi modo de ver, se resuelve con facilidad: la homeopatía no es una ciencia porque no cumple las condiciones para serlo. Así que, como diría Pero Grullo, si no es una ciencia, difícilmente puede ser una “mala ciencia”. Asunto, aparentemente, resuelto. Sin embargo, la Filosofía, la Teología, la Historia, el Derecho, las llamadas Bellas Artes y un largo etcétera… no cumplen la condición de científicas y, sin embargo se imparten en las Universidades y, hasta la fecha, ningún rector o decano plantea su supresión, ¡se quedarían sin trabajo! La cientificidad –o cualidad de lo científico– es una condición que exige haber pasado por el tamiz de dicho método; pero antes, mucho antes, de la formulación del mismo, ya había ido tomando cuerpo un conocimiento del que dan fe monumentos, ingenios e interpretaciones de la realidad sobre las que seguimos –y seguiremos– debatiendo. El racionalismo y el empirismo –como si del ying y el yang se tratara– van a seguir constituyendo y alimentando el acervo del pensamiento y de la acción.
Expropiando al paciente su lugar protagonista, la medicina –y el médico, su profeta– se han convertido en el ombligo de la salud y, por descontado, de la enfermedad. ¿Debemos contradecir a un paciente que manifiesta su mejoría porque “la medicina” no es capaz de encontrar una explicación? ¿Deberíamos desautorizarlo o afear su conducta porque no responde a un tratamiento científicamente aplicado? Si algo vuela como un pato, camina como un pato y “caga” como un pato, fácilmente concluimos que es un pato, ya que responde a un estereotipo –diagnóstico– consensuado o aprendido previamente. ¿Que la “conclusión” contradice la realidad?… pues peor para la realidad! ¿Acaso nos olvidamos de la Historia de la Medicina porque quedó relegada a una de las “tres marías”? Quevedo, Molière o Jules Romains nos pueden ayudar a refrescar la memoria.
De acuerdo con la hermosa expresión de la “democracia del conocimiento”, tendríamos que irnos acostumbrando a que una parte importante de la población manifieste su mejoría y su satisfacción con una terapia –en este caso, la homeopatía–… aunque no sea científica. No creo que ayude mucho a la “medicina académica” preservar su prestigio –y con él su eficacia– cuidando que no se contamine con “la realidad”. La Universidad está dejando de ser la “universitas magistrorum et scholarium” –comunidad de profesores y académicos– para convertirse en el punto de encuentro del conocimiento, de TODO el conocimiento. Ni la ciencia –por miope– ni lo que dan en llamar pseudociencias –por osadas– son suficientes para explicar y conocer la abigarrada realidad –con todas sus banderas–, en el supuesto de que exista.
La humildad no es un presupuesto, sino una consecuencia de quien, advertido por la reflexión propia y ajena, concluye que –científico o no– solo le queda ser humilde y actuar en consecuencia: “primum non nocere”, deinde philosophare.